Fotografía
contemporánea en la Colección Telefónica.
Del 24 de
Octubre de 2013 al 2 de marzo de 2014.
La segunda revisión y nueva
articulación discursiva que se ha llevado a cabo en la colección de la Fundación
Telefónica, desde que esta iniciara su proceso de compra en 2003, pone en
escena a grandes artistas del medio fotográfico de la talla de Richard Prince,
Jeff Wall, Andreas Gursky y la pareja de fotógrafos alemanes Brend y Hilla
Becher. Aparece pues como una excelente oportunidad que se brinda al espectador
para poder contemplar de primera mano algunas piezas de la “gran fotografía”,
por su formato y relevancia, del período que comprende desde finales de los
años 70 hasta los primeros años 2000 y que, difícilmente, se exponen en contextos
de museos y galerías del panorama nacional.
Ramón
Esparza, comisario de la actual muestra, es el encargado de establecer el
discurso narrativo de la exposición. Su decisión ha sido clara aunque quizá no
tanto acertada: Esparza plantea un doble recorrido a partir de vías que corren
en paralelo, tanto física como históricamente en la fotografía contemporánea
internacional, con un total de 38 artistas y más de 50 obras. El espectador, al
penetrar en la sala expositiva, es invitado a escoger uno de los caminos
propuestos para iniciar su contemplación. La decisión no es fácil. Por un lado,
nos encontramos con la fotografía Overpass
inserta en la clásica caja de luz que utiliza repetidamente Jeff Wall en sus
creaciones, con ella, se introduce en el complejo y heterogéneo panorama de la
posmodernidad americana y sus múltiples bifurcaciones. Por otro lado, la obra Hong Kong Port de Andreas Gursky
representa un camino que se adentra a grandes rasgos en la pervivencia de la Nueva
Objetividad alemana y, más concretamente, en el trabajo de experimentación fotográfica
en el seno de la Escuela de Düsseldorf y la proyección posterior que tuvieron sus
componentes. De este modo, nos encontramos entre dos continentes: America (del
norte) y Europa (central) como claros protagonistas de una revisión concerniente
a la fotografía contemporánea. Algo chirría. La falta de concreción en el
propio título de la exposición puede convertirla en una muestra engañosa para el
espectador, ya que prácticamente no se da cabida a fotógrafos de gran
importancia que se sitúan fuera del vórtice hegemónico europeocentrista y
norteamericano de la historia del arte más tradicional. A modo de ejemplo,
podemos citar la ausencia de algunos fotógrafos árabes como Mohammed Kazem o la
asiática Honda Kana y, dentro del panorama español, la inesperada falta de Joan
Fontcuberta. Tampoco aparecen en la muestra, ni en la totalidad de la
colección, otras relevantes tendencias de la fotografía que se dieron en la
misma horquilla cronológica (finales de los años 70 – principios del siglo XXI)
como es el caso del neopictoralismo fotográfico y su máximo representante,
Paolo Gioli. En realidad, para ahondar en la problemática de la colección de la
Fundación Telefónica tenemos que remitirnos a los primeros años del siglo XXI.
Si
retrocedemos diez años en la máquina del tiempo, nos situamos en el inicio de la
gestación de la colección fotográfica de la Fundación, formada, como ya se ha
dicho, por grandes nombres. Desde 2003 y a lo largo de dieciocho meses, un
tiempo verdaderamente vertiginoso para conformar una colección de fotografía
contamporánea, una Comisión Asesora de Arte dirigida por María de Corral y
constituída por Simón Marchán, José Luis Brea, Eugenio Carmona e Irma
Arestizábal, fue la encragada de seleccionar un total de 101 obras para
incorporar en los fondos de la Fundación y construir un discurso narrativo
lógico a través de las piezas adquiridas. Pero, ¿cuáles fueron los criterios
que guiaron la selección de obras? La entonces reciente privatización de
Telefónica (que tuvo lugar entre 1995 y 1999) convertía
la compañía nacional en empresa de telecomunicaciones de alcance multinacional
y, con ello, su introducción en el mercado liberalizado. El rápido crecimiento
económico que experimentó Telefónica hizo que se convirtiera en un perfecto
inversor en el mercado del arte y, efectivamente, así lo hizo. Tras escoger la
misma empresa los componentes de dicha Comisión, Telefónica se lanzó a la
apresurada búsqueda de los artistas-fotógrafos más cotizados del momento, la
presencia de Andreas Gursky y Cindy Sherman entre sus fondos nos viene a
confirmar su confianza en el arte como inversión económica con valor de cambio.
Sin embargo, ello no quita el valor artístico que claramente demuestran las
piezas seleccionadas, pero sí explica la razón por la que algunos nombres estan
y otros, inexplicablemente según valores estrictamente artísticos, no.
El período escogido
para vertebrar la colección no es casual. A partir de los años 70 la fotografía
deja de ser, exclusivamente, un instrumento al servicio de los medios de
comunicación y el documentalismo para introducirse en el mismo lugar que
ocupaban las clásicas bellas artes, entrando, de este modo, en la dinámica de
la exposición y el mercado. Esto se debe a las inquietudes de muchos artistas
de utilizar el soporte fotográfico en sus creaciones y trasladarlo al gran
formato para ser mostrado en las paredes de los museos junto a la gran pintura.
Siguiendo esta idea, nos encontramos con la presencia de unas obras que quieren
pertenecer a una corriente muy concreta de la práctica fotográfica, aquella
cuya motivación principal es la “creación artística”, tal y como nos advierte
el propio Ramón Esparza en el texto de sala de la exposición. La distribución de
las fotografías en dos vías y un espacio intermedio es, sin embargo, un tanto
confusa. La corriente propuesta bajo el concepto de posmodernidad parece planteada
como si el mismo concepto fuera cerrado en sí mismo, cuando en realidad, es la
heterogeneidad y diversidad por excelencia. La posmodernidad no debe
enetenderse como estilo o corriente artística, sino más bien como modus operandi basado en la
deconstrucción del conocimiento y el saber moderno. El pensamiento y las
prácticas posmodernas son, por definición, pluralistas y relativistas, más
cercanas al fragmento que al todo. Por ello, las hibridaciones y mezcolanzas en
las práctias posmodernas son frecuentes y, en este sentido, muchas de las obras
emplazadas en aquel océano intermedio de evolución y mezcla, que se ha situado
en el centro de la sala, podrían desplazarse y entrar a formar parte del
compendio de prácticas posmodernas, como por ejemplo la fotografía Soliloquy I de Sam Taylor-Wood.
Si bien seleccionar
implica tomar partido y descartar, no necesariamente debería implicar
arbitrariedad. El espacio central de la sala, donde cabe el todo y la nada al
mismo tiempo, aparece como un cajón "desastre" donde la relación espacial que
comparten algunas fotografías es insostenibles y la separación de otras incomprensible.
Por todo ello, la colección de fotografía de la Fundación Telefónica es una
colección de mercado con poco carácter, donde la calidad de las obras adquiridas
responde a una excelente inversión con fines lucrativos.
Marta Barceló.
No hay comentarios:
Publicar un comentario