Una
chica adolescente mira al suelo cabizbaja, interroga el horizonte,
una rabieta asoma, sorprendida su mirada me reta, pero de nuevo cae
en el hastío y una lágrima ronda su mejilla. Como voyeur puedo
adivinar alguno de sus sentimientos, pero como espectadora de la
Colección de Fotografía Contemporánea en el Espacio Fundación
Telefónica me planteo otros interrogantes. ¿Es una situación real
o es ficticia? Se trata de Anni (2002),
un grupo de siete fotografías realizadas por la artista finlandesa
Salla Tykkä. Y la profunda expresión de sentimientos psicológicos
bien podría ser una lectura válida y personal para iniciar la
visita. Pues situada al mismo tiempo en curiosos extremos paradójicos
y análogos, el trayecto expositivo planteado por el comisario Ramón
Esparza nada tiene que ver con su diseño e instalación.
Hacia
finales de los años 60 del pasado siglo existía una tendencia a
visualizar la imagen fotográfica a merced de diversos medios
comunicativos de uso dominante (periódicos, revistas ilustradas y
libros). Y pese a la práctica experimental de las primeras
vanguardias, el interés y preocupación por su difusión en el
ámbito del museo no pasaba del carácter documental expuesto en
pequeño formato. De ahí que su infiltración en el mundo de las
artes plásticas, como si de una gran pintura se tratase, estuviera
sitiada dentro de una dialéctica compleja y polémica: entre la
noción de realidad-documento como instrumento de trabajo, y entre la
idea de ficción-recreación como imagen conceptual y formal. Una
doble dirección que marcará en la década de los 70 el inicio de
una deconstrucción crítica y teórica de la naturaleza fotográfica
por parte de los artistas. Y bajo esta tesitura arranca el recorrido.
Por un
lado, la idea de apropiacionismo como planteamiento de nuevas
opciones estéticas para los Cowboys&girlfriends de
Richard Prince y los interiores parisinos de Sherrie Levine. Una
serie de ejercicios preliminares de simulación, parodia o crítica
de modelos iconográficos imperantes dentro de la sociedad y cultura
pomoderna norteamericana, que dará lugar a los trabajos fotográficos
de Jeff Wall, Cindy Sherman o Vik Muniz. Por otro lado, la
sistematización y seriación de las imágenes de edificios
industriales realizadas por el matrimonio alemán Bernd & Hilla
Becher. Que como resultado de su actividad docente en la Escuela de
Düsseldorf, forjará una nueva generación de fotógrafos
interesados en una reflexión sobre la nueva objetividad del
documentalismo, tales como Candida Höfer, Thomas Struth o Thomas
Ruff. Y dentro de ambas tendencias, el despliegue en la parte central
de la sala deriva hacia una serie de hibridaciones que divagan entre
la mezcla de conceptos y la memoria. Un discurso coherente que se
pierde por la desintegración del sentido expositivo espacial.
Así,
las fotografías de acciones artísticas de Marina Abramovic se
sitúan en diálogo horizontal con las escenas aleatorias de la vida
cotidiana de Philip-lorca Dicorcia; los retratos de históricos
parajes de España de Bleda y Rosa intentan cautivar nuestra mirada
frente a las posturas sugerentes de Helena Almeida; al igual que las
simulaciones arquitectónicas de James Casebere o el pretendido
desorden de veintitrés imágenes en distintos tamaños de Wolfgang
Tillmans, reclaman el intento de búsqueda de significados en
nuestra interpretación. Y entre una cincuentena de autores y piezas
más las imágenes se diluyen y compartimentan en el espacio
expositivo de la Fundación Telefónica. Ya lo dice Frank Stella al
final del trayecto: “lo que ves es lo que es”. ¿Y qué vemos? La
fragmentación extraña, incómoda, de una profunda reflexión
teórico-crítica entorno al medio fotográfico. No obstante, sí
existe dentro del proyecto curatorial del catálogo. Una falla que
parece esconderse en la razón de ser de los intereses de la puesta
en marcha de la Colección.
Bajo
el impulso renovador de un espacio estratégico que pertenece a la
compañía Telefónica, líder a la vanguardia de las tecnologías de
información, comunicación y entretenimiento en España y
Latinoamérica, la elección en el año 2002 de una línea
fotográfica fundamentada en la experiencia plástica se situaba como
una empresa adecuada para su entonces presidente, Fernando
Villalonga. Tal y como declara el texto introductorio del catálogo
de María del Corral, fundadora de la propuesta y a la cabeza del
comité asesor de expertos, dentro del circuito coleccionista de
galerías e instituciones “todavía costaba reconocer que la
fotografía había alcanzado en 2002 el estatus de arte”. Se
iniciaba un año después un frenético proceso de compras previa
partida de un listado de cincuenta artistas, ya existente en el
discurso hegemónico de la fotografía norteamericana y centroeuropea
entre los años 70 y 90. A lo sumo una carrera algo acelerada. Pues
en 2004 culmina con la primera muestra de la Colección de Fotografía
Contemporánea. Y aunque no podemos negar la calidad estética e
histórica de las piezas, bajo la idea de una ética del deber de las
fundaciones privadas se esconden unas claras intenciones de promoción
y legitimidad empresarial frente al empoderamiento de lo público.
La
lectura de los dos catálogos razonados son la clave de la situación.
Ya en 2004, María del Corral afirmaba que las colecciones privadas
podían ser consideradas como las parientes pobres de las
instituciones. Y en un intento por dotar de autoridad la originalidad
y el riesgo de sus propios criterios de selección enuncia: “Las
colecciones de las Fundaciones empresariales suelen estar sometidas a
la evolución de los contextos económicos, políticos y humano en
los que se sitúan (…) por lo que el apoyo a la colección exige
dar una oportunidad, entre otras muchas cosas, al tiempo”. Al mismo
tiempo que se protege de una posible visión fragmentaria, se escuda
bajo el factor cronológico como límite que promete mayores
expectativas en el futuro. Sin embargo, casi diez años después poco
ha crecido la colección. Y tampoco parece haber sido revisada. Pues
bajo los mismos presupuestos curatoriales se engloba la muestra
actual. Un discurso histórico-crítico en el cual se incluye letra
por letra el mismo párrafo escrito dentro del catálogo. Que leído
en el contexto de una crisis económica estatal, resulta cínico
pensar hacia donde pretende derivar nuestra atención.
Por
ello recomiendo dar un giro de tuerca y pensar un recorrido crítico
al revés. La idea de visitar la colección bajo el parámetro de las
sensaciones. Como si fuera la sucesión aleatoria de las páginas de
un libro abierto, que nada obliga al espectador a seguir el orden
recomendado ni el tiempo a dedicar por fotografía. Bajo la simple
idea de disfrutarla tal cual. Como el resultado dispar de una serie
de imágenes sugestivas que expresan la disparidad de varias miradas
en la contemporaneidad. Rigurosos procesos de selección,
fragmentación y encuadre que sugieren o provocan ideas.
Meta-mensajes de intención que provocan emociones o resultan
atrayentes porque sí.
Por
Noelia Centeno
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