miércoles, 13 de noviembre de 2013

Fotografía Fundación Telefónica


FOTOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA EN LA COLECCIÓN TELEFÓNICA

Espacio Fundación Telefónica

Del 24 de octubre al 2 de marzo

 

 

Una selección de las fotografías contemporáneas más representativas de la Colección Telefónica se exponen en la Sala Espacio de su Fundación hasta el próximo mes de marzo. Se trata de cincuenta obras realizadas desde finales de los años 70 hasta la década del 2000, que han sido adquiridas en el corto periodo de año y medio por la experta María Corral, principal asesora de colecciones de la Fundación. Por tanto, tal y como explica la misma María Corral, se trata de los primeros esbozos de una colección “inconclusa”.

El comisario Ramón Esparza realiza una ecléctica propuesta en la que parte de la corriente postmodernista, liderada por el estadounidense Jeff Wall y la Escuela de Düsseldorf (así bautizada por la crítica)  inspirada por los alemanes Bernd y Hilla Becher, que en los años sesenta retomó los postulados del fotógrafo August Sander, como punto de referencia. Sin un orden preestablecido, se nos van presentando las hibridaciones que han ido surgiendo a partir de estas dos tendencias, entre ellas, el documentalismo, que es el género que mayores críticas ha recibido.

América cobra un protagonismo especial en la valoración de la fotografía como género artístico y la presente muestra así lo quiere hacer notar. No olvidemos que los museos americanos, entre ellos el MOMA de Nueva York, fueron pioneros en la formación de colecciones de fotografía artística, muy escasa por aquel entonces en relación con la difundida por los medios de comunicación. Andy Warhol y los artistas pop en los sesenta son los responsables de este cambio y convirtieron el género fotográfico en seña de identidad de la sociedad estadounidense, que carecía de un pasado histórico del que vanagloriarse.

Como preludio de la muestra, la serie de fotografías Cowboys and Girlfriends de Richard Prince, nos sitúa en la experimentación llevada a cabo en los ochenta, previa a las tendencias postmodernista y de Düsseldorf. Ocho retratos de fieros “cowboys” y de sexis rubias americanas, refotografiados de anuncios de Marlboro, crean una nueva historia del country americano que marcará los pasos de la postmodernidad.

Postmodernidad de la que su máximo exponente es Jeff Wall. Su obra Overpass, realizada en 2001 y expuesta en una caja de luz, ejemplifica la crítica de la fotografía tradicional y su deconstrucción a través de su enorme tamaño. La obra de Wall está íntimamente relacionada con la pintura de gran formato y con lo documental, por la falsa instantaneidad de sus imágenes, y aunque no lo parezca, el acelerado paso de los viajeros con sus maletas está milimétricamente estudiado.

Sherrie Levine, en su afán apropiacionista, adopta imágenes y estereotipos que cuestionan el contexto social en el que transcurren, es el caso de los interiores burgueses de París que están colgados en la muestra. La narcisista Cindy Sherman se burla de la mitomanía americana y se autorretrata como actriz interpretando papeles ficticios. El fotógrafo Philip-Lorca tensiona al espectador con sus personajes urbanos, en este caso la triste mirada de un hombre de raza negra interpela al espectador cobrando tal intensidad, que parece salirse del encuadre. Parece elegir de forma aleatoria historias y realidades de la ciudad neoyorkina.

No falta otro de los grandes norteamericanos, Allan Sekula, que no duda en mostrar una vez más los contrastes del entramado socio-económico que impera en la sociedad capitalista de hoy en día en Happy ending, una socarrona composición marítima: arriba un carguero en el mar y abajo un regatista disfrutando en su velero.

La fría y enigmática vista en picado del Puerto de Hong Kong de Andreas Gursky nos remite a la Escuela de Düsseldorf, que implica una reformulación de las vanguardias históricas inspirada por la Nueva Objetividad y por la fotografía científica, que se plasman en el distanciamiento con respecto al objeto fotografiado, la realización en serie y la sistematicidad. Todos ellos heredan de los Becher una pauta común que es la ruptura entre la imagen y su objeto. Este axioma da como resultado esos ambientes fríos y desprovistos de humanidad que retrata Candida Höfer en las asépticas arquitecturas de la Neue National Galerie de Berlin y Thomas Struth en el Museo de Pérgamo. En ellos, de forma deliberada, la figura humana no es representada: no interesa la dimensión social sino la espacial.

Salpicados en el recorrido expositivo y como contraste a las dos tendencias centralizadoras de la muestra, se introducen una serie de fotógrafos de gran impacto: Marina Abramovich con su Pietá, las originales réplicas de imágenes ya conocidas de Vik Muniz, como After Gerhard Richter y Mona Hatoum, con esas botas retratadas junto a sus pies en el Performance Still, que ha sido elegida como imagen de la exposición. Pero más significativa es una de las fotografías más emblemáticas de la artista inglesa Sam Taylor-Wood, Soliloquy (1998), una fotografía eminentemente artística, que a modo de retablo renacentista reproduce en su predella “vidas de santos ejemplares” del siglo XXI en un interior palaciego, mientras que un bello joven durmiendo sobre el sofá, hombre arquetípico de la vida moderna, preside el cuadro.

Como contrapunto, el anatema de la exposición parece ser la fotografía española. Llama la atención, tratándose de la colección de una de las empresas más representativas de España, si no la más, la ausencia de nuestros artistas en la muestra. Tan sólo tres representantes, los catalanes Xavier Ribas, Perejaume y el dúo Bleda y Rosa, están presentes en la selección. ¿Son acaso únicamente los artistas consagrados los que tienen derecho a ser incluidos en la muestra? El Premio Nacional Artes Plásticas 2006 y Premio Nacional de Fotografía 2008 avalan respectivamente a Perejaume, especializado en fotografía documental y a María Bleda y José Mª Rosa, -los Bernd y Hilla Becher españoles-, de los que se exhibe una fotografía de su serie de Campos de Batalla, en este caso la de Covadonga.

En el caso de los artistas españoles no arriesgan, pero no ocurre lo mismo con los internacionales, donde no han tenido problema en incluir a fotógrafos desconocidos por el gran público, algo que no aporta coherencia a la globalidad de la colección. Pero no olvidemos que la Colección está en pleno proceso de formación, no está terminada aún y aun así consigue plasmar al espectador la nueva cultura visual de finales del siglo XX y del XXI, en la que medios fotográficos y audiovisuales toman la delantera en materia artística a otros géneros. La muestra comienza con buen pie y cada pieza supera a la anterior evolucionando in crescendo, pero llega un punto en el que poco a poco decae cualitativamente dejándonos fríos e indiferentes a la salida. Es posible que las temáticas tan diferentes y variadas contribuyan a ese desconcierto final, por un lado sorpresivo (americano), pero a la vez helador (germánico) que ejemplifican un único objetivo común sin subterfugios sibilinos: mostrar la belleza tal cual, lo que ves es lo que ves… ya lo dijo Frank Stella.

 
Marina López de Haro

 

 

 

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