FOTOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA EN LA COLECCIÓN TELEFÓNICA
Del 24 de octubre de 2013 al 2 de marzo de 2014
Después de una década, La Fundación Telefónica vuelve a
mostrar su colección de fotografía contemporánea, reuniendo más de cincuenta
obras en una exposición comisariada por Ramón Esparza. Centrada en el último
cuarto del siglo XX, la colección se basa en las dos grandes corrientes fotográficas
de ese periodo: el posmodernismo crítico americano y la nueva objetividad
alemana.
Para la formación de dicha colección, la multinacional
española creó en 2002 una comisión asesora de arte formada por María del Corral,
Irma Sylvia Arestizábal, José Luis Brea, Eugenio Carmona y Simón Marchán. Al
frente de las adquisiciones que tuvieron lugar entre 2003 y 2004, se
configuraría prácticamente la totalidad de la colección dotada de 101 obras (tan
solo se enriquecería posteriormente con alguna obra que participó en su sede,
como parte del festival PhotoEspaña).
Si algo privilegia las colecciones de fundaciones privadas
es la libertad que su estatus les otorga, no estando sujetas a las rígidas
políticas adquisitivas museísticas. Por este motivo, lo primero que llama la atención
y cuesta entender, es la escasa representación de artistas españoles en la
colección. Tan solo tres nombres aparecen en la exposición: Perejaume, Bleda y
Rosa y Xavier Ribas. Hay algún nombre más en la colección, pero esto se debe
fundamentalmente a que formaron parte de la exposición que tuvo lugar en
septiembre de 2007, bajo el nombre de “Ocho Visiones. Distrito C”, que su
catálogo definía de la siguiente manera: “Se
trata de una visión artística, interpretativa y subjetiva, de algunos de los
más destacados fotógrafos españoles de la actualidad -Sergio Belinchón, Bleda y
Rosa, Jordi Bernadó, Manel Esclusa, Aitor Ortiz, Xavier Ribas, Montserrat Soto
y Valentín Vallhonrat-, sobre la nueva sede social de Telefónica”.
Otra ausencia, en este caso formal, se encuentra en las
cartelas de las obras: la omisión de la técnica en el medio fotográfico es casi
más grave que obviar el título. No es raro por ello, ver al público auscultando
las obras a escasa distancia, agachándose o probando suerte con la observación
lateral, para intentar desentrañar el misterio.
El primer ámbito de la exposición, en un ejercicio de
síntesis en aras de establecer un punto de partida, reúne a los grandes nombres
de los dos movimientos que definen la colección: Richard Prince, John
Baldessari, Andreas Gursky y Jeff Wall. Prince y su apropiación de imágenes de
los mass media que refotografía
dándoles un nuevo significado, como en la serie Cowboys & girlfriends, en la que toma los vaqueros que anuncian
los cigarrillos Marlboro; Baldessari, en la misma línea, en Man Fallen in S-Curve (with Man looking down
and Man looking Up); Gursky, como elemento modernizador de la Escuela de
Düsseldorf, es un breve aperitivo de lo que el comisario deja para el final de
la muestra. En lo que para Gursky es un pequeño formato, Hong Kong Port muestra su dominio del color y la digitalización,
gracias a la cual consigue una total nitidez en primer término y una bruma que
desdibuja el fondo; y por último Wall, que en una maciza caja de luz, exhibe Overpass, un instante del éxodo laboral
diario de la clase trabajadora, en cuyo anonimato el artista hace hincapié tomando
la fotografía desde detrás; imágenes que sin embargo es sabido que el artista
escenifica cuidadosamente.
A partir de este punto, uno teme que la exposición pueda
caer en una simple alternancia de obras desiguales de artistas consagrados:
Cindy Sherman y su autorrepresentación ligada a la industria del
entretenimiento aquí no tan evidente en Untitled
y Untitled # 109, Philip-Lorca di
Corcia y su gran tensión dramática llevado al extremo en la sobrecogedora Head #4 Yankees Cap silhouette o Marina
Abramovich y su estática Pietà.
Sin embargo, poco a poco va cogiendo ritmo, especialmente
cuando se van intercalando otros nombres más allá del posmodernismo crítico
americano. El artista brasileño (nacido en Canarias), Miguel Río Branco y su
serie Perseverancia, ambientada en
una Habana teatralizada por su manejo efectista de la luz o las fotografías
fuertemente pictorializadas con marcos de madera convencionales de Esko
Männikkö.
La colección también atesora agradables sorpresas como el
custodiar series completas, siendo el caso de las veinticuatro escenas de
interiores burgueses parisinos de Sherrie Levine, Interieur Parisiens: 1-24, After
Atget. Inspiradas en el fotógrafo Eugène Atget, Levine sabe traducir a la
perfección la ranciedumbre decimonónica con esta serie en blanco y negro que
nos traslada automáticamente a la obra del pionero de la fotografía documental
cotidiana parisina. Vik Muniz y su Chocolate
Disaster: otro ejemplo de la necesidad de la serie completa para que las
siete secuencias que gradualmente van formando la composición de un coche volcado
dibujado con chocolate líquido, cobren sentido. En contraste con lo anterior,
estaría la serie incompleta de Miriam Bäcksnöm, Set Constructions 54, 1995-2004: dos secuencias que apenas dialogan
entre sí. Cabe preguntarse, ¿son pertinentes para la colección dos obras de una
serie de cincuenta y cuatro que gritan a los cuatro vientos su orfandad?
La exposición, articulada en torno a dos anillos
concéntricos, encuentra precisamente su pulmón, a modo de contra discurso, en
el anillo interior. Abriéndose a otras nacionalidades y a un tiempo más
reciente, los artistas escogidos se han valido de otros lenguajes para
ensanchar esos límites establecidos. La libanesa Mona Hatoum y su obra Performance Still, estratégicamente
colocada en el suelo, la británica Sam Taylor-Wood y su laicización de la
iconografía religiosa en su retablo fotográfico, Soliloquy I, en el que
toma como modelo los retablos renacentistas sobre las vidas de santos o Francis
Alÿs y su serie Time Lapse, en la que
estudia escrupulosamente los efectos de la luz sobre una plaza de México DF de
7:00am-7:00pm, son solo algunos ejemplos.
La Escuela de Düsseldorf se retoma y desarrolla al final de
la exposición. Heredera de una tradición iniciada a principios del siglo XX por
August Sander, Bernd y Hilla Becher la reelaborarán en los años 60, adoptando
un papel fundamental en su labor docente en la academia de Düsseldorf. Dejando de
lado las imágenes ligadas a los medios de comunicación, desarrollan sus propios
intereses centrándose en el espacio urbano frente al carácter social. Por tanto,
si hay algo que caracteriza sus fotografías es la ausencia deliberada de
personas, dando lugar a unas imágenes frías y sobrias que han llegado al
extremo de ser criticadas, en algunos casos, como la congelación de un instante
deshumanizado. Estas ideas sin embargo, germinaron entre sus alumnos: Thomas
Struth, Günther Förg, Cándida Höfer, Axel Hütte y Andreas Gursky son claros ejemplos.
Varias de las obras aquí escogidas, están marcadas por la representación del
espacio en relación con la arquitectura del museo y sus interiores: la Berlin Nationalgalerie de Axel Hütte, la
excesivamente purista y por ello inquietante Neue Nationalgalerie de Berlin VII de Cándida Höfer o la Pergamon Museum 2 de Thomas Struth.
Las fotografías de la serie Chemische Fabrik de la pareja Becher simbólicamente cierran la
exposición. ¿Es esta la decisión más acertada o más bien nos deja con la
sensación de ser una colección anclada -para la tan corta historia y rápida
evolución de la fotografía-, en el pasado?, ¿Necesitaría pues una revisión
actualizada de los últimos lustros para seguir mereciendo el apelativo de
colección de fotografía contemporánea?
María Alberola
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