Colección
de fotografía contemporánea de la Fundación Telefónica
Del
24 de octubre de 2013 al 2 de marzo de 2014
Es
indiscutible que la fotografía se ha convertido en una de las artes más
destacadas de nuestro tiempo, hecho evidenciado en Madrid con las colecciones
de instituciones como el Centro de Arte de Alcobendas (desde 1993 y centrada en
fotografía española), el fondo del Reina Sofía y sus múltiples exposiciones
temporales o las numerosas galerías que trabajan con este medio. Dentro de esta
preeminencia fotográfica se sitúa la nueva muestra de la colección de la
Fundación Telefónica, institución con un largo bagaje en la exhibición de este
medio. Se trata de una segunda lectura casi diez años después de la primera
inauguración, del conjunto de 101
fotografías elegidas por un comité asesor de arte creado en 2002 y compuesto
por María del Corral, Simón Marchán Fiz, José Luis Brea, Eugenio Carmona e Irma
Arestizábal, quienes en apenas dos años formaron la mayor parte del fondo
actual. Tomando el relevo de María del Corral, comisaria de la lectura de 2004,
Ramón Esparza presenta ahora un montaje con cincuenta fotografías fechadas
entre 1973 y 2006 y realizadas por una treintena de artistas, con el objetivo
de mostrar las tendencias más representativas de las tres últimas décadas.
El
recorrido comienza en los años setenta, momento en el que la fotografía entra
de forma definitiva en los circuitos del arte, gracias en gran medida a la
adopción de este medio por performers, artistas conceptuales o pop, quienes
desde su cuestionar el arte introducen la fotografía como un lenguaje más. Así
pues, Ramón Esparza parte de este punto en el que, con la caída del
documentalismo por la traición de la exactitud fotográfica, este lenguaje se
incorpora de forma total a las salas de exposiciones y se consolida como un
medio artístico con capacidad narrativa que amenaza en primacía a la pintura.
Desde
este punto histórico, el comisario plantea una tesis expositiva basada en la
“fotografía de autor” y dividida en dos tendencias fotográficas, la Escuela de
Düsseldorf y el posmodernismo norteamericano, que se desdibujan al final de la
sala con tendencias documentales e “hibridan” en las dos islas centrales. La
exposición se inicia con dos obras que vertebran el discurso y que plantean los
itinerarios de la muestra: Puerto de Hong Kong de Andreas Gursky (1994)
y Overpass de Jeff Wall (2001). Así pues, se nos propone una lectura de
la fotografía contemporánea desde un doble eje alemán-estadounidense, que no es
más que el que domina dentro del conjunto de la colección de la Fundación
Telefónica.
La
fotografía de Gursky abre entonces una de las hojas del díptico expositivo
compuesto por la Escuela de Düsseldorf, agrupada en torno a la obra de Hilla y
Bernd Becher. Este último, durante su larga docencia en la Academia de Bellas
Artes (donde fue el primer catedrático de fotografía artística), tuvo como
alumnos a los integrantes del mencionado colectivo, entre otros, Thomas Ruff,
Thomas Struth, el propio Gursky, Axel Hütte, Jörg Sasse, Candida Höffer o
Günther Förg. Todos ellos heredan la fascinación por la arquitectura industrial
que tenían los Becher, presentes en la exposición con obras como Chemiefabrik
(detail) Wesseling bei Köln BHB 531 (1992).
Así,
se trata de un tipo de fotografía que se concentra en el espacio arquitectónico
y en el paisaje desde una óptica aséptica. Influenciados por estas imágenes
donde primaba la “objetividad” de la arquitectura, los seguidores de los Becher
se contraponen al subjetivismo de Otto Steinert y el movimiento de la
Subjektive Fotografie. Son obras que retoman los valores de la Neue
Sachlichkeit y cierta estética de la fotografía científica, como Piazza S.
Ignacio I, II, III (1990) de Thomas Struth o F. Hoffmann-La Roche AG,
Bassel II de Candida Höffer. Aunque la obra de cada uno de los integrantes
difiere en matices, estéticamente pueden basarse en los tres pilares que
propone el comisario: distanciamiento, frontalidad y sobriedad; no es de
extrañar entonces que algunas de las fotografías rindan tributo a la figura de
Mies van der Rohe, representado con su Neue Nationalgalerie de Berlín en
fotografías de Axel Hütte y Candida Höfer.
Frente
a la frialdad de la escuela alemana el otro itinerario trata como ya anunciamos
la posmodernidad en Norteamérica. Desgraciadamente, mientras que la primera
línea narrativa tiene una definición sólida, la que se inicia con el Overpass
de Jeff Wall padece de ese lleno-vacío que acarrea usar el término
posmodernidad. Escarza habla sobre fotografías donde existen “meticulosas
escenografías”, “metadiscurso”, y “reflexión acerca del medio con los recursos
del propio medio”, términos que podrían ser perfectamente aplicables a otros
muchos movimientos fotográficos. Sí es cierto que prácticamente todas las obras
se alzan contra el llamado “instante decisivo” del documentalismo, pero algunas
de ellas podrían separarse y reagruparse bajo términos más específicos, como
apropiacionismo (obras de John Baldessari, Richard Prince, Sherrie Levine o
Cindy Sherman) o mezclarse con las fotografías de las islas centrales de la
exposición, dedicadas al cuerpo-tiempo y la performance (y sin embargo obras
como Pietà de Marina Abramovic (1993) se colocan en la parte de
posmodernidad). A pesar de esta falta de consistencia discursiva, de esta
hibridación fallida podemos rescatar fotografías pictorialistas de gran formato
como las de Sam Taylor-Wood y Philip-Lorca diCorcia o algunas pinceladas de
nuevos documentalismos como el de Esko Männikko o Allan Sekula.
Por
tanto, si entrar en detalles como el ruido de la planta baja proveniente de la
instalación de Ikeda o la poca visibilidad de los dos solitarios paneles
explicativos, esta colección sin duda atesora numerosos y pesados nombres de la
fotografía internacional contemporánea, difíciles de ver juntos en la capital
española. Otra cuestión es qué criterio les ha unido, y exceptuando a los
integrantes de la Escuela de Düsseldorf, no parece atisbarse otro que su alto
valor en el mercado del arte. Pues si atendemos a la representatividad de la
exposición, el marco geográfico es del todo estrecho, articulado básicamente
sobre las potencias mundiales de Alemania y EE.UU, en un binomio que deja fuera
zonas como Latinoamérica o Asia. Casi tampoco, y aunque forman un conjunto
significativo dentro de la colección, se han expuesto fotógrafos españoles,
salvando a Vik Muniz, Perejaume o Bleda y Rosa; no sobraría alguna obra del
premio Hasselblad de este año. Y por último, habiéndose abarcado tres décadas
como los años 70-90 no se ha tratado ni explicitado la importancia de los
avances técnicos en la fotografía como la aparición del papel cibachrome, que
posibilitó los grandes formatos llenos de color que viabilizaron el
pictorialismo, o la revolución del paso al formato digital.
Así que finalmente la pregunta propuesta en la exposición no es, como plantea el comisario en un vídeo explicativo, si la fotografía se ha convertido en el arte de nuestro tiempo, sino más bien hasta qué punto es la inversión de nuestro tiempo.
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