miércoles, 16 de octubre de 2013

Carmen Calvo. El festín de la Araña.



Carmen Calvo. El festín de la Araña.
Galería de Arte Fernández-Braso. Madrid.

19 de septiembre / 9 de noviembre, 2013.
           
Una urna de cristal que encierra el gesto delicado de una mano anónima y una araña tejiendo su tela sirve para abrir la muestra que lleva por título El festín de la araña, una exposición de las obras más recientes de Carmen Calvo (Valencia, 1950) organizada por la Galería de arte Fernández Braso de Madrid. Con la misma sutileza con la que la araña teje su casa, Carmen Calvo construye sus obras a través de las que revela un espacio nuevo que fluctúa entre el propio de la artista y el de los objetos que la acompañan. Se abre así una tercera dimensión cargada de nostalgia por el recuerdo de un tiempo pasado, como si la artista se esforzara en mantener ese recuerdo latente y no relegarlo al simple olvido.
            A través del recorrido marcado por las treinta y tres piezas que conforman la exposición, en la que se da cabida como es característico en las obras de Carmen Calvo a diferentes técnicas y materiales, el espectador penetra en el “yo” profundo que la artista ha querido compartir. La poética del objeto cotidiano y la mirada que Carmen Calvo vierte sobre él (una mirada repleta de curiosidad y asombro) se convierten en los protagonistas. No es un objeto cualquiera, es un objeto cuidadosamente seleccionado pese a la banalidad inicial que pueda verse en él. En el caso de las fotografías, es el punctum (Roland Barthes) el que suscita su elección, el que atrae la mirada y desencadena una pulsión escópica en Carme Calvo. Todos ellos son objetos que busca o encuentra fortuitamente en cajones olvidados, armarios, rastros..., y que forman parte de la memoria visual de la colectividad. De este modo, los objetos descontextualizados y transformados con la incorporación en otros ambientes terminan evocando a un “otro mundo”, otra dimensión que suscita la melancolía del visitante al verse familiarizado con ellos. Sentimientos de paso del tiempo, pérdida, separación, olvido, represión, dolor, violencia y esperanza se proyectan en la exposición. Son un conjunto de sensaciones íntimas de la artista que, en realidad, parecen revelarse en el mismo acto de gestación de su obra.
La conexión obra-espectador se da al tratar estos objetos como relíquias arqueológicas de tiempos vividos por todos. El anonimato en sus fotografías-collage afirma esta pretensión de colectividad ya que Carmen Calvo oculta el rostro de los personajes que aparecen en su obra. A través de diferentes materiales y técnicas veta la faz de los representados, negando su identidad e incluso ahogándola, como aparece en Cae levamente, donde una soga envuelve la cara de un joven. Son todas ellas fotografías circunstanciales y sin finalidad artística alguna, provinientes del espacio privado de las familias, de cualquier familia. Con la intervención de la artista, estos retratos abandonan su antiguo lugar en remotos álbumes fotográficos cubiertos de polvo para servir de guía en el camino hacia esta compleja tercera dimensión que habla de un tiempo vivido. El elogio a los objetos que rodean al cuerpo en detrimento del mismo, conducen a una concepto expandido de retrato. En ellos, tan sólo un conglomerado de fragmentos dispares acompasados con la sencilla elegancia que caracteriza a la artista derivan hacia una visión total del retratado.
Especial atención merecen también los títulos de las obras de Carmen Calvo. Si su lenguaje plástico es totalmente poético, creando verdaderos objetos-poema, también lo son sus enunciados. Configurándose como una especie de música de fondo tintilleante, los títulos propician el ambiente preciso para la contemplación y meditación de las obras. Los enunciados, en ocasiones sugerentes y en otras ambiguos, se convierten, en cualquier caso, en imprescindibles y parte misma de la obra posibilitando su comprensión global.
            Sin lugar a dudas, Carmen Calvo con la capacidad de asombro propia de una niña y la contaminación de estilos que se da en su obra, con claros tintes surrealistas pero también, dadá y povera, es una genial maestra del arte donde poética y plástica se aúnan. La repetición de objetos que frecuentemente encontramos en sus piezas vienen afirmar, o más bien, a confirmar su confianza en su modo de mirar y abrir nuevos territorios en el arte. Su trabajo, basado en el placer de reconstruir el recuerdo a través de su mirada, ha quedado ya definido en las últimas décadas, especialmente a partir de los noventa cuando introdujo la fotografía en sus obras. De este modo e inevitablemente, el resultado de su proceso artístico se encuentra generalmente en la misma línea de expresión y recepción por parte del espectador. Por ello, antes de la visita, uno preve lo que va a encontrar en una exposición de Carmen Calvo. Aún así, el visitante saldrá de la muestra reafirmando sus obras como una excelente y delicada articulación poética de lo personal en la que arte y vida son las consignas principales para su entendimiento.

Marta Barceló.

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