miércoles, 23 de octubre de 2013

El surrealismo antes del surrealismo.
Fundación Juan March, Madrid.
4 Octubre de 2013 – 12 de Enero 2014

El automatismo psíquico puro conocido como Surrealismo amplía su campo de acción y de precedentes en esta exposición. El marco temporal de la muestra se sitúa entre el s.XV y 1945, cuando el Movimiento entona su  particular canto de cisne con el regreso de su fundador, André Breton, a Europa tras la Segunda Guerra Mundial. La exhibición, mediante una serie de divisiones poéticas, hace palpables unas líneas temáticas inusuales de carácter metahistórico.

Estas compartimentaciones son imprescindibles para comprender el discurso a transmitir. La introducción se estructura en torno a un organismo potente a la par que enigmático: el ojo. Este, que vive en estado salvaje, como dice Breton y dibuja Redon, se torna en el traductor humano del espacio, aquel que limita la infinitud de lo circundante, y que, si se le deja vagar libre es capaz de producir trampantojos e imaginaciones. Todo ello queda ilustrado en la exposición con grabados germanos de los ss.XV y XVI, entre los que se incluye a Durero, pasando por el fenómeno anamórfico y las invenciones de Piranesi, hasta llegar al mismo Man Ray y a los fotomontajes de Hannah Höch.  Esta variedad inicial ilustra una suprarrealidad, un más allá de la visión.

Del mismo modo que el ojo, la mente automática es capaz de producir extrañezas, jugando con la casualidad de los objetos, como en las Esculturas involuntarias de Dalí y Brassaï, o las fantasmagorías y los bestiarios medievales, ya desde tiempos del Bosco, que conducirán hacia las danzas de la muerte y la incidencia clave de la pesadilla romántica y del sueño. Las influencias recogidas alcanzan un punto culmen. El sueño de la Razón produce monstruos. Goya lo sabía y sus Caprichos lo constatan: el subconsciente a posteriori como materia básica del automatismo puro para el Grupo Surrealista.

Este camino hacia el inconsciente incita la interrogación de cada superficie, divagando en métodos que permitan ver más allá: Óscar Domínguez investiga el mundo animal en su Decalcomanía y Bellmer experimenta el voyeurismo a partir de sus maniquíes grotescos. Juntos, con un cadáver exquisito como medio, iniciarán su propia experimentación surrealista.

 Aunando la geometrización, el puro figurativismo, y lo abstracto, mediante una ingente variedad de técnicas de elaboración de obra, así como de artistas, la exposición recoge, quizá en un número excesivo de piezas, la fábula del Surrealismo, cuya moraleja no es más que la existencia de constantes históricas en la producción de arte durante cinco siglos. Como precedente, Alfred H. Barr, primer director del MoMA de Nueva York, responsable de la histórica exposición Fantastic Art, Dada and Surrealism (1936), que generó un diálogo entre períodos a priori diametralmente opuestos, como se pretende en Surrealismo antes del surrealismo.

La reiteración en esta línea de actuación ha sido seguida por esta multitud de piezas expuestas que no persigue otro fin que el cuestionamiento de lo usual. Breton y sus secuaces perseguían, mediante una férrea disciplina, que se lo pregunten a Dalí, distinguirse del resto de corrientes de vanguardia tratando de liberar aquellos procesos de percepción que, bajo su punto de vista, parecían estáticos y anticuados. Esto será fundamentado en sus textos y obras por la eliminación de represión y la liberación de las pulsiones, de cuya existencia Freud ya había advertido. Sin embargo, el rayo invisible con el que los surrealistas pretendían superar a sus enemigos estaba cargado de una tradición pictórica que ellos mismos pretendían ignorar. Fiat ars pereas mundus. Que el arte se haga aunque el mundo perezca.





Kumar Kishinchand López

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