El surrealismo antes del
surrealismo.
Fundación Juan March, Madrid.
4 Octubre de 2013 – 12 de Enero 2014
El automatismo psíquico puro
conocido como Surrealismo amplía su campo de acción y de precedentes en esta
exposición. El marco temporal de la muestra se sitúa entre el s.XV y 1945,
cuando el Movimiento entona su
particular canto de cisne con el regreso de su fundador, André Breton, a
Europa tras la Segunda Guerra Mundial. La exhibición, mediante una serie de
divisiones poéticas, hace palpables unas líneas temáticas inusuales de carácter
metahistórico.
Estas compartimentaciones son imprescindibles para comprender el discurso
a transmitir. La introducción se estructura en torno a un organismo potente a
la par que enigmático: el ojo. Este, que
vive en estado salvaje, como dice Breton y dibuja Redon, se torna en el
traductor humano del espacio, aquel que limita la infinitud de lo circundante,
y que, si se le deja vagar libre es capaz de producir trampantojos e
imaginaciones. Todo ello queda ilustrado en la exposición con grabados germanos
de los ss.XV y XVI, entre los que se incluye a Durero, pasando por el fenómeno
anamórfico y las invenciones de Piranesi, hasta llegar al mismo Man Ray y a los
fotomontajes de Hannah Höch. Esta
variedad inicial ilustra una suprarrealidad,
un más allá de la visión.
Del mismo modo que el ojo, la mente automática es capaz de producir
extrañezas, jugando con la casualidad de los objetos, como en las Esculturas involuntarias de Dalí y
Brassaï, o las fantasmagorías y los bestiarios medievales, ya desde tiempos del
Bosco, que conducirán hacia las danzas de la muerte y la incidencia clave de la
pesadilla romántica y del sueño. Las influencias recogidas alcanzan un punto
culmen. El sueño de la Razón produce
monstruos. Goya lo sabía y sus Caprichos
lo constatan: el subconsciente a
posteriori como materia básica del automatismo puro para el Grupo
Surrealista.
Este camino hacia el inconsciente incita la interrogación de cada
superficie, divagando en métodos que permitan ver más allá: Óscar Domínguez investiga el mundo animal en su Decalcomanía y Bellmer experimenta el voyeurismo a partir de sus maniquíes
grotescos. Juntos, con un cadáver exquisito como medio, iniciarán su
propia experimentación surrealista.
Aunando la geometrización, el puro
figurativismo, y lo abstracto, mediante una ingente variedad de técnicas de
elaboración de obra, así como de artistas, la exposición recoge, quizá en un
número excesivo de piezas, la fábula del Surrealismo, cuya moraleja no es más
que la existencia de constantes históricas en la producción de arte durante
cinco siglos. Como precedente, Alfred H. Barr, primer director del MoMA de
Nueva York, responsable de la histórica exposición Fantastic Art, Dada and Surrealism (1936), que generó un diálogo
entre períodos a priori
diametralmente opuestos, como se pretende en Surrealismo antes del surrealismo.
La reiteración en esta línea de actuación ha sido seguida por esta
multitud de piezas expuestas que no persigue otro fin que el cuestionamiento de
lo usual. Breton y sus secuaces perseguían, mediante una férrea disciplina, que
se lo pregunten a Dalí, distinguirse del resto de corrientes de vanguardia
tratando de liberar aquellos procesos de percepción que, bajo su punto de
vista, parecían estáticos y anticuados. Esto será fundamentado en sus textos y
obras por la eliminación de represión y la liberación de las pulsiones, de cuya
existencia Freud ya había advertido. Sin embargo, el rayo invisible con el que los surrealistas pretendían superar a
sus enemigos estaba cargado de una tradición pictórica que ellos mismos
pretendían ignorar. Fiat ars pereas
mundus. Que el arte se haga aunque el mundo perezca.
Kumar Kishinchand López
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