miércoles, 30 de octubre de 2013

Mínima resistencia. Kumar Kishinchand López

Mínima resistencia: Entre el tardomodernismo y la globalización, prácticas artísticas durante las décadas de los 80 y 90.
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía / 16 Octubre 2013 – 5 Enero 2014

El período en el que se enmarca la muestra, los años 80 y 90 fueron los depositarios del auge neocon de  Reagan y  Thatcher, que volvieron a recuperar en el contexto internacional la política el orgullo de la nación mediante políticas exteriores agresivas. En España, este período se caracteriza por la vuelta del Guernica, la Movida y su posterior institucionalización, el nacimiento de ARCO y de la industria cultural y esa característica costumbre española de celebrar rápidamente el entusiasmo con la Exposición Universal de Sevilla en el año 92.

Conforme esto acaecía, los artistas trataron de buscar lugares de resistencia entre los en los recovecos del monstruo de la sociedad institucionalizada de consumo. Ha sido deseo del Museo Reina Sofía traer a la luz sus nuevas adquisiciones, cesiones y daciones, fruto de los acuerdos con La Internacional de Museos, amén de piezas alojadas en sus depósitos a este respecto. Todo ello exhibido de un modo ciertamente confuso.

Las prácticas artísticas de este período se aglutinan en la muestra en torno a diversos campos de experimentación. Por un lado,  la modernidad concebida como pasado es expresada en las fotografías de Candida Höfer, desde una objetividad que persiguió la captación de la arquitectura como soporte de escenas o el montaje de Jeff Wall titulado La giganta, donde el mundo prosigue a pesar de la figura que emerge en el centro de la composición reforzando la idea de la arquitectura como decorado.

Del mismo modo, se ahondará en el carácter social y ficticio de esta arquitectura. La obra de Isidoro Valcárcel, antaño duro rival del Museo, planea espacios irónicos reflejados en los planos de su Edificio para parados. Jordi Colomer también está presente en su vídeo-instalación Simo, donde se hace una férrea crítica de la concepción del sujeto como proporción arquitectónica, ignorando peculiaridades locales. Sin embargo, en la misma sala podemos contemplar los ready-mades del colectivo Les readymades appartiennent á tout le monde, que cuestionan el concepto de autor, pero que nada tienen que ver con el reclamo del espacio de vuelta al ciudadano, algo que, sin embargo, conecta con la obra de Allan Sekula, expuesta en una sala separada, en la que se cita a la escuela como productora, como fábrica de trabajadores al servicio de las fuerzas del consumismo y de la negación del individuo, que es concebido como objeto al servicio del progreso.

Se debe destacar la presencia de la crítica de los artistas españoles, centrada en las instituciones: Juan Ugalde con su satírico Retrato de Reagan, o el incisivo colectivo Estrujenbank, que, tomando imágenes banales para insertarlas en la realidad, muestra el equívoco de la expresión desmesurada de los logros del progreso, que no se traducen más que en escasa empatía con el medio cercano.

 Es lícito, por tanto, afirmar que la obra que da título a la exposición, concebida por los artistas suizos Fischli y Weiss, ejemplifica la comodidad superficial denunciada y que el capitalismo va imponiendo a costa de arrasar con las nociones del cuerpo, del paisaje y del tiempo, mostrando el único objeto valioso de este proceso de despersonalización: el dinero como fin.

El sustantivo, sin embargo, que se me antoja más acertado para describir lo visto es el de escaparate, una estrategia de dinamización superficial. Se pretende mostrar que el Museo Reina Sofía es una institución abierta al permanente cambio y diálogo con respecto a las corrientes que fueron y que son dentro del panorama del arte mundial y global. Pero, hilar conceptos dentro del ensayo que se proyecta transmitir con esta nueva colección resulta arduo y farragoso. La desconexión es percibida de un modo claro en la sala denominada como géneros de la pintura, donde se pretende reflejar la recuperación de la divinidad del artista y los viejos temas de los cuadros de historia. Sin embargo, las obras de Marlene Dumas son lobos entre las ovejas. La pretendida captación psicológica y exageración cromática produce un desconcierto absoluto entre el Mar de Campano, la Democracia de Dokoupil y, aún peor, el Descanso en la huida a Egipto de Pulke. Sólo Baselitz parece resistir el envite violento.

A pesar de esta dispersión, es bien cierto que existe un núcleo consistente dentro de la de la exposición, precisamente por ser la más revolucionaria y explícita. Me refiero a la reivindicación de los colectivos queer y los feminismos. Los mensajes de las Guerrilla Girls  expuestos en un gran políptico, son directos y contundentes; del mismo modo, la proyección de Freak Orlando cuestiona las arraigadas cuestiones de género, y la obra del imperdible Pepe Espaliú pone de relieve el problema existente al respecto las enfermedades virales. La acción urbana y obra generada en el proyecto denominado como Carrying, ilustra la decisión del artista de aceptar abiertamente una enfermedad que, sepultada deliberadamente por las autoridades españolas, produjo una oleada de discriminaciones.

Los propios comisarios de la exposición hacen notar que el período tratado tuvo un fuerte carácter fragmentario y que, por tanto, la selección de obras a exponer debe ser tratada del mismo modo. Parece un argumento convincente y razonable a tenor del asentamiento de los mass media y su indiscriminada producción de imágenes y de los distintos lugares de reacción y protesta que esto suscita en los artistas del período. Pero es aquí precisamente donde se aprecia el error. Puesto que el discurso se estructura en torno a aquellos lugares de resistencia, la comprensión de la muestra debe mostrar un contenido global y acorde con la ambición de la línea expositiva. No sucede así. Durante todo el recorrido, esa suerte de obstáculos y desconciertos descritos  en las salas van construyendo una nebulosa de conceptos no conectados. Los objetos se despliegan cómodamente tras el cristal, pero la percepción última, lejos de adscribirlos a un mensaje de fondo, es sentirse de paso, perdido al tratar de encontrar la vinculación.




Kumar K. López

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