miércoles, 16 de octubre de 2013


El festín de la araña: el país de las identidades perdidas
por Noelia Centeno.

Una Alicia-niña, que pura e inocente, juega y participa de modo inconsciente en un collage de sueños, ilusiones e inquietudes, héroes, princesas y monstruos... Esa Alicia-adolescente, que confusa, crece negando el recuerdo de un enigmático país de las maravillas perdidas... Otra Alicia-mujer, que marcada, identifica con nostalgia y rencor la huella instintiva de un trauma estereotipado.

Oscilando entre la metáfora y la histeria, el automatismo y la revolución, la ya consagrada artista valenciana Carmen Calvo (1950) expone en El festín de la araña un inquietante recorrido de autoexploración del yo interior y los roles de comportamiento del ser humano, a través de una treintena de trabajos actuales y seleccionados que mezclan diversos estilos, técnicas y tendencias. Enraizada su trayectoria habitual dentro del collage surrealista mediante el implante pictórico manual aplicado a imágenes digitalizadas y ampliadas de viejas fotografías y libros, al igual que la inserción simbólica experimental de pequeños objetos sobre soporte de caucho, destaca como novedad la utilización de partituras musicales y páginas literarias que, intervenidas de un modo más sencillo y minimalista, consiguen trasladar al espectador del dramatismo visual hacia nuevos estadios estéticos y poéticos más serenos. Pero giran en bucle.

Del patetismo introspectivo a la nostalgia reflexiva. De la calma a la revolución. Y de nuevo, del caos a la confusión. En líneas generales, de lo individual a lo colectivo, y en particular, del hecho de hacerse mujer. Pues la utilización de símbolos tan recurrentes en la obra de Calvo como la temática del ojo, observador o cegado, y el rostro, ausente o borrado, desde el punto de vista psicoanalítico lacaniano, representan un falso espejo de confusión del superyó, y con ello, una redefinición metafórica en términos autobiográficos que evidencia el reconocimiento de antiguos conflictos morales y existenciales culturalmente inteligibles por el inconsciente burlados en el ámbito de lo imaginario, y construyen la identidad sexual diferenciada del sujeto contemporáneo. Por ello, resulta reiterativo e inquietante la presencia de máscaras y antifaces que ocultan y al mismo tiempo evidencian la marca del verdadero rostro del niño-hombre o de la niña-mujer. En sí, una suma de sujetos-objetos sociales y culturales sin identidad tangible puestos a disposición comercial del vouyeur-espectador. Y estos no tienen escapatoria frente al festín de la araña, una pequeña instalación escultórica que da nombre a la exposición ubicada al centro de los grandes retratos, que funciona como tenebrosa metáfora del poder manifestada por el pequeño insecto que los envuelve dentro de una nebulosa red de relaciones sociales y fluctuaciones morales sin escapatoria.

Al mismo tiempo la artista se presenta al mundo del espectáculo como una especie de vidente justiciera y sanadora que divaga entre el vacío del tiempo y la nostalgia de los sentidos lujuriosos. Entre la familia, lo femenino, lo masculino y la multitud. Entre surrealismo, decadentismo y simbolismo. Siendo la palabra concepto que define en términos procesales dicha actitud artística la inquietud, plasmada en el gesto automático de un tachón pictórico, el raspado o el frottage, así como el ensamblaje de objetos incongruentes. Sin duda, un ataque personal contra la moral burguesa y las costumbres neoliberales vigentes, que pretende una evasión de la realidad cotidiana a través de la experimentación sensible e inconsciente de territorios de identidad más extremos. Una poética visual de opuestos que se sostiene por la cohesión interna del ritmo entre una y otra pieza en el mundo de los sueños y la sexualidad. Su métrica.

Sin embargo, sus argumentos metáforicos nos llevan a un discurso íntimo ubicado en la teoría feminista diferenciadora. Un estadio de presión psicoanalítico anterior a las posturas actuales de género activista, en el que no existe una escapatoria posible del trauma. Si bien sumerge a la artista en una experiencia sanadora a través de la propia expresión artística, no ofrece una alternativa plural y revolucionaria al espectador. Y en los tiempos inciertos que corren, aboca al rechazo sintomático por desconfianza.










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