El festín de la
araña: el país de las identidades perdidas
por Noelia Centeno.
Una Alicia-niña, que
pura e inocente, juega y participa de modo inconsciente en un collage
de sueños, ilusiones e inquietudes, héroes, princesas y
monstruos... Esa Alicia-adolescente, que confusa, crece negando el
recuerdo de un enigmático país de las maravillas perdidas... Otra
Alicia-mujer, que marcada, identifica con nostalgia y rencor la
huella instintiva de un trauma estereotipado.
Oscilando entre la
metáfora y la histeria, el automatismo y la revolución, la ya
consagrada artista valenciana Carmen Calvo (1950) expone en El
festín de la araña un inquietante recorrido de autoexploración
del yo interior y los roles de comportamiento del ser humano, a
través de una treintena de trabajos actuales y seleccionados que
mezclan diversos estilos, técnicas y tendencias. Enraizada su
trayectoria habitual dentro del collage surrealista mediante el
implante pictórico manual aplicado a imágenes digitalizadas y
ampliadas de viejas fotografías y libros, al igual que la inserción
simbólica experimental de pequeños objetos sobre soporte de caucho,
destaca como novedad la utilización de partituras musicales y
páginas literarias que, intervenidas de un modo más sencillo y
minimalista, consiguen trasladar al espectador del dramatismo visual
hacia nuevos estadios estéticos y poéticos más serenos. Pero giran
en bucle.
Del patetismo
introspectivo a la nostalgia reflexiva. De la calma a la revolución.
Y de nuevo, del caos a la confusión. En líneas generales, de lo
individual a lo colectivo, y en particular, del hecho de hacerse
mujer. Pues la utilización de símbolos tan recurrentes en la obra
de Calvo como la temática del ojo, observador o cegado, y el rostro,
ausente o borrado, desde el punto de vista psicoanalítico lacaniano,
representan un falso espejo de confusión del superyó, y con ello,
una redefinición metafórica en términos autobiográficos que
evidencia el reconocimiento de antiguos conflictos morales y
existenciales culturalmente inteligibles por el inconsciente burlados
en el ámbito de lo imaginario, y construyen la identidad sexual
diferenciada del sujeto contemporáneo. Por ello, resulta reiterativo
e inquietante la presencia de máscaras y antifaces que ocultan y al
mismo tiempo evidencian la marca del verdadero rostro del niño-hombre
o de la niña-mujer. En sí, una suma de sujetos-objetos sociales y
culturales sin identidad tangible puestos a disposición comercial
del vouyeur-espectador. Y estos no tienen escapatoria frente al
festín de la araña, una pequeña instalación escultórica que da
nombre a la exposición ubicada al centro de los grandes retratos,
que funciona como tenebrosa metáfora del poder manifestada por el
pequeño insecto que los envuelve dentro de una nebulosa red de
relaciones sociales y fluctuaciones morales sin escapatoria.
Al mismo tiempo la
artista se presenta al mundo del espectáculo como una especie de
vidente justiciera y sanadora que divaga entre el vacío del tiempo y
la nostalgia de los sentidos lujuriosos. Entre la familia, lo
femenino, lo masculino y la multitud. Entre surrealismo, decadentismo
y simbolismo. Siendo la palabra concepto que define en términos
procesales dicha actitud artística la inquietud, plasmada en el
gesto automático de un tachón pictórico, el raspado o el frottage,
así como el ensamblaje de objetos incongruentes. Sin duda, un ataque
personal contra la moral burguesa y las costumbres neoliberales
vigentes, que pretende una evasión de la realidad cotidiana a través
de la experimentación sensible e inconsciente de territorios de
identidad más extremos. Una poética visual de opuestos que se
sostiene por la cohesión interna del ritmo entre una y otra pieza en
el mundo de los sueños y la sexualidad. Su métrica.
Sin embargo, sus
argumentos metáforicos nos llevan a un discurso íntimo ubicado en
la teoría feminista diferenciadora. Un estadio de presión
psicoanalítico anterior a las posturas actuales de género
activista, en el que no existe una escapatoria posible del trauma. Si
bien sumerge a la artista en una experiencia sanadora a través de la
propia expresión artística, no ofrece una alternativa plural y
revolucionaria al espectador. Y en los tiempos inciertos que corren,
aboca al rechazo sintomático por desconfianza.
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