Alquimistas
atrapasueños
Surrealistas
antes del surrealismo: La fantasía, lo fantástico en la estampa, el
dibujo y la fotografía.
Fundación
Juan March. Castelló, 77. Madrid.
4.10.2013
– 12.01.2014
Entre
sueño y realidad, nada es lo que parece. Y dentro del espacio
expositivo Surrealistas antes del Surrealismo la recreación
inmediata de otro mundo ajeno a la realidad cotidiana se confunde
mucho más. Pues... ¿de qué va exactamente? ¿Otra retrospectiva
historiográfica que pretende trazar analogías entre artistas
generacionales desde el medievo y los propios surrealistas? ¿Quienes
son los protagonistas entonces? ¿Y en qué sección me encuentro
ahora? ¿No es intercambiable esta obra con aquella otra categoría?
¿Qué significa ese mar de redes en el techo? Vuelvo un paso atrás
a ver si me sitúo.
En
1936 y con motivo de la muestra Fantastic Art, Dada, Surrealism
en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, decía el director
fundador Alfred H. Barr a propósito del surrealismo que era “una
filosofía, un modo de vida, una causa a la que los pintores y poetas
más brillantes de nuestra época se han entregado a sí mismos con
devoción consumidora”. Bajo la idea de trazar una línea
discursiva y temporal en el terreno de la subjetividad, la exposición
pretendía hacer público un aspecto particular del arte moderno para
su estudio y comparación. Y aunque a priori uno puede suponer que
muchas de las obras fantásticas y singulares de los períodos
renacentista o barroco se deben explicar por motivos racionales y
no a través de matices surrealistas, lo cierto es que la expresión
de lo irracional, lo espontáneo, lo maravilloso, lo enigmático y el
mundo de los sueños, han sido cualidades siempre presentes en la cultura
visual tradicional europea a través de representaciones literarias
metafóricas del mito y el cristianismo. Eso sí, a la sombra de los
grandes maestros.
Emulando
a Barr y las instalaciones surrealistas, el recorrido por las casi
doscientas obras expuestas en la Fundación Juan March se propone
como un viaje experiencial hacia el yo interior del artista. Dibujos,
estampas, fotografías y publicaciones literarias de distintos
autores, salvan distancias genealógicas y temporales para hacerse un
hueco dentro del discurso surrealista, la inauguración oficial de
una nueva poética revolucionaria que tenía como objeto la libertad
total e inspiración límpida del subconsciente, el sujeto fantástico
y el escándalo. Pero a diferencia de su precedesor, el material
comparado se dispone aparentemente al visitante de modo arbitrario y
confuso. Es decir, sin aceptar idea ni imagen que de lugar a
explicación racional, psicológica o cultural. Así, Alberto Durero
y El hombre desesperado conviven en armonía con Man Ray y el
excéntrico Salvador Dalí: Cabeza abajo en Port Lligat, o la
nostalgia de Giovanni B. Piranessi en Ruina de una galería de
estatuas en Villa Adriana dialoga con la inquietante Naturaleza
muerta de Herbert Beyer. Un viraje alternativo y rizomático que
no establece jerarquías según categorías o procesos lógicos
estrictos.
Pero
como nada es lo que parece, he ahí el enigma. Pues bajo términos
deleuzianos-guattarianos, la visión global de la muestra fluctúa
como imagen del pensamiento que aprehende de las multiplicidades. Y
al salir de la maraña de redes oníricas, me vuelvo a estrellar. Una
luminosa conclusión expositiva plagada de documentos memoriales del
archivo surrealista, denota finalmente el peso de la balanza hacia el
interés consumidor de la muestra. Y quizás hubiera sido más
interesante jugar con el interrogante. Contrastar las distintas
fronteras estéticas en el terreno de la subjetividad. La
presentación de objetos y manifiestos de otras ciencias ocultas que
alentaron su expresión. El espiritualismo, la astrología, la magia,
la alquimia...
Por
Noelia Centeno González
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