miércoles, 23 de octubre de 2013

Crítica Surrealistas antes del surrealismo


Alquimistas atrapasueños

Surrealistas antes del surrealismo: La fantasía, lo fantástico en la estampa, el dibujo y la fotografía.
Fundación Juan March. Castelló, 77. Madrid.   
4.10.2013 – 12.01.2014

Entre sueño y realidad, nada es lo que parece. Y dentro del espacio expositivo Surrealistas antes del Surrealismo la recreación inmediata de otro mundo ajeno a la realidad cotidiana se confunde mucho más. Pues... ¿de qué va exactamente? ¿Otra retrospectiva historiográfica que pretende trazar analogías entre artistas generacionales desde el medievo y los propios surrealistas? ¿Quienes son los protagonistas entonces? ¿Y en qué sección me encuentro ahora? ¿No es intercambiable esta obra con aquella otra categoría? ¿Qué significa ese mar de redes en el techo? Vuelvo un paso atrás a ver si me sitúo.

En 1936 y con motivo de la muestra Fantastic Art, Dada, Surrealism en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, decía el director fundador Alfred H. Barr a propósito del surrealismo que era “una filosofía, un modo de vida, una causa a la que los pintores y poetas más brillantes de nuestra época se han entregado a sí mismos con devoción consumidora”. Bajo la idea de trazar una línea discursiva y temporal en el terreno de la subjetividad, la exposición pretendía hacer público un aspecto particular del arte moderno para su estudio y comparación. Y aunque a priori uno puede suponer que muchas de las obras fantásticas y singulares de los períodos renacentista o barroco se deben explicar por motivos racionales y no a través de matices surrealistas, lo cierto es que la expresión de lo irracional, lo espontáneo, lo maravilloso, lo enigmático y el mundo de los sueños, han sido cualidades siempre presentes en la cultura visual tradicional europea a través de representaciones literarias metafóricas del mito y el cristianismo. Eso sí, a la sombra de los grandes maestros.

Emulando a Barr y las instalaciones surrealistas, el recorrido por las casi doscientas obras expuestas en la Fundación Juan March se propone como un viaje experiencial hacia el yo interior del artista. Dibujos, estampas, fotografías y publicaciones literarias de distintos autores, salvan distancias genealógicas y temporales para hacerse un hueco dentro del discurso surrealista, la inauguración oficial de una nueva poética revolucionaria que tenía como objeto la libertad total e inspiración límpida del subconsciente, el sujeto fantástico y el escándalo. Pero a diferencia de su precedesor, el material comparado se dispone aparentemente al visitante de modo arbitrario y confuso. Es decir, sin aceptar idea ni imagen que de lugar a explicación racional, psicológica o cultural. Así, Alberto Durero y El hombre desesperado conviven en armonía con Man Ray y el excéntrico Salvador Dalí: Cabeza abajo en Port Lligat, o la nostalgia de Giovanni B. Piranessi en Ruina de una galería de estatuas en Villa Adriana dialoga con la inquietante Naturaleza muerta de Herbert Beyer. Un viraje alternativo y rizomático que no establece jerarquías según categorías o procesos lógicos estrictos.

Pero como nada es lo que parece, he ahí el enigma. Pues bajo términos deleuzianos-guattarianos, la visión global de la muestra fluctúa como imagen del pensamiento que aprehende de las multiplicidades. Y al salir de la maraña de redes oníricas, me vuelvo a estrellar. Una luminosa conclusión expositiva plagada de documentos memoriales del archivo surrealista, denota finalmente el peso de la balanza hacia el interés consumidor de la muestra. Y quizás hubiera sido más interesante jugar con el interrogante. Contrastar las distintas fronteras estéticas en el terreno de la subjetividad. La presentación de objetos y manifiestos de otras ciencias ocultas que alentaron su expresión. El espiritualismo, la astrología, la magia, la alquimia...

Por Noelia Centeno González

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