Cours
Elémentaire, 2013
Podemos
decir que Carmen Calvo (Valencia, 1950) es una taxidermista, pero no una
cualquiera. Ella no diseca ciervos, ni leopardos, ni aves: ella diseca
visiones. Tiene una memoria prodigiosa y la certeza de que aquello que nos rodea
nos con-figura. Y quiénes más cercanos a nosotros que los objetos. Aquellos que
nos cubren, nos acompañan, los que nos hacen sentir el hogar. Tan próximos que
se vuelven invisibles, y aun así ellos son los que permanecen cuando desaparecemos.
Entonces cae sobre los objetos un halo extraño, entran en un tiempo interior, ajeno
al nuestro; sin embargo no cambia su lugar, quedan en este mundo como una
huella.
Como
decíamos, Carmen Calvo es una taxidermista de visiones y se sirve de los
objetos para pergeñarlas. Visiones de un tiempo que ya no nos pertenece, un
tiempo demasiado dentro como para traerlo de vuelta. Por ello la autora regresa
con fragmentos, pues intenta, como diría Brossa, “ahondar en el misterio sin
revelar su secreto”. Esto es, traernos la visión sin pasarla por las tijeras de
la lógica; “Pensar es destruir” reza en una de sus piezas. No decir del todo,
dejar tan sólo marcas para que podamos llegar al umbral de aquello que no debe
ser visto. He aquí la razón por la que se nos muestran en esta exposición máscaras,
rostros vendados, borrados, ocultos. Nos invitan a cubrirnos, a cegarnos para,
de esta forma, poder ver. Parece como si la artista quisiera que nos pusiéramos
una venda y recorriésemos sus artefactos a tientas, con las manos. Así colocarnos
los guantes, el lazo y los zapatos y transformarnos en Alicia, poner a rodar
las esferas sobre la partitura y sentir música, tirar de la cuerda y deshacer
el rostro del desconocido. Aprender a cegarnos para volver a sentir aquel
ritmo, aquel rito que marcaba nuestro pulso antes del irremediable derrumbe. Y
hacer de los despojos poema -creación- a pesar del desamparo. Como en un epílogo,
la pieza “Una última esperanza” parece mostrarnos la única solución para este
entuerto, cubrirnos los ojos, callar.
Todo
ello con el propósito de dañar nuestra memoria (damnatio memoriae) para
recordar la anchura de lo real, la mínima distancia entre el carnaval y la
elegía. Para recordar que deseo viene de desesperación. Todo ello en el Festín
de la araña, la nueva exposición de Carmen Calvo en la galería Fernández
Braso.
Desde
luego, y como era de esperar, quien visite esta muestra no encontrará nada que
se aleje del consolidado léxico objetual que la artista valenciana lleva
tejiendo desde los años setenta. Salvo un par de piezas de un carácter cercano
a lo político que desafinan respecto a la férrea coherencia del conjunto, el resto mantienen
la calidad, tanto estética como conceptual, a la que nos tiene acostumbrados la
creadora, que se posiciona de nuevo como una de las figuras más relevantes del
panorama español contemporáneo.
Así
pues, se nos presentan en El festín de la araña treinta y cinco piezas
fechadas entre 2006 y 2013 y principalmente compuestas por libros y fotografías
intervenidas, que muestran el creciente interés que esta artista tiene, desde
los años noventa, por la imagen. Treinta y cinco piezas como una antología de
visiones disecadas, donde los objetos quedan como rastros de lo que no se debe
ver. Carmen Calvo nos invita en esta exposición a cegarnos para abrir la mirada,
a recordar con los ojos cerrados.
La venda nos espera.
El
festín de la araña, Carmen Calvo
Galería
Fernández Braso
19
de septiembre / 9 de noviembre, 2013.
Arantxa Romero
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