miércoles, 16 de octubre de 2013

Carmen Calvo. Taxidermia del interior




Cours Elémentaire, 2013

Podemos decir que Carmen Calvo (Valencia, 1950) es una taxidermista, pero no una cualquiera. Ella no diseca ciervos, ni leopardos, ni aves: ella diseca visiones. Tiene una memoria prodigiosa y la certeza de que aquello que nos rodea nos con-figura. Y quiénes más cercanos a nosotros que los objetos. Aquellos que nos cubren, nos acompañan, los que nos hacen sentir el hogar. Tan próximos que se vuelven invisibles, y aun así ellos son los que permanecen cuando desaparecemos. Entonces cae sobre los objetos un halo extraño, entran en un tiempo interior, ajeno al nuestro; sin embargo no cambia su lugar, quedan en este mundo como una huella.

Como decíamos, Carmen Calvo es una taxidermista de visiones y se sirve de los objetos para pergeñarlas. Visiones de un tiempo que ya no nos pertenece, un tiempo demasiado dentro como para traerlo de vuelta. Por ello la autora regresa con fragmentos, pues intenta, como diría Brossa, “ahondar en el misterio sin revelar su secreto”. Esto es, traernos la visión sin pasarla por las tijeras de la lógica; “Pensar es destruir” reza en una de sus piezas. No decir del todo, dejar tan sólo marcas para que podamos llegar al umbral de aquello que no debe ser visto. He aquí la razón por la que se nos muestran en esta exposición máscaras, rostros vendados, borrados, ocultos. Nos invitan a cubrirnos, a cegarnos para, de esta forma, poder ver. Parece como si la artista quisiera que nos pusiéramos una venda y recorriésemos sus artefactos a tientas, con las manos. Así colocarnos los guantes, el lazo y los zapatos y transformarnos en Alicia, poner a rodar las esferas sobre la partitura y sentir música, tirar de la cuerda y deshacer el rostro del desconocido. Aprender a cegarnos para volver a sentir aquel ritmo, aquel rito que marcaba nuestro pulso antes del irremediable derrumbe. Y hacer de los despojos poema -creación- a pesar del desamparo. Como en un epílogo, la pieza “Una última esperanza” parece mostrarnos la única solución para este entuerto, cubrirnos los ojos, callar.

Todo ello con el propósito de dañar nuestra memoria (damnatio memoriae) para recordar la anchura de lo real, la mínima distancia entre el carnaval y la elegía. Para recordar que deseo viene de desesperación. Todo ello en el Festín de la araña, la nueva exposición de Carmen Calvo en la galería Fernández Braso.

Desde luego, y como era de esperar, quien visite esta muestra no encontrará nada que se aleje del consolidado léxico objetual que la artista valenciana lleva tejiendo desde los años setenta. Salvo un par de piezas de un carácter cercano a lo político que desafinan respecto a la férrea coherencia del conjunto, el resto mantienen la calidad, tanto estética como conceptual, a la que nos tiene acostumbrados la creadora, que se posiciona de nuevo como una de las figuras más relevantes del panorama español contemporáneo.

Así pues, se nos presentan en El festín de la araña treinta y cinco piezas fechadas entre 2006 y 2013 y principalmente compuestas por libros y fotografías intervenidas, que muestran el creciente interés que esta artista tiene, desde los años noventa, por la imagen. Treinta y cinco piezas como una antología de visiones disecadas, donde los objetos quedan como rastros de lo que no se debe ver. Carmen Calvo nos invita en esta exposición a cegarnos para abrir la mirada, a recordar con los ojos cerrados.

La venda nos espera.

El festín de la araña, Carmen Calvo
Galería Fernández Braso

19 de septiembre / 9 de noviembre, 2013.

Arantxa Romero

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