CARMEN CALVO. EL FESTÍN DE LA ARAÑA.
Galería
Fernández-Braso. C/Villanueva 30. 28001 Madrid. 19/sept. – 9/nov. 2013.
FACHADA
Irónicamente,
la fachada -façade, la cara de un
edificio- de la galería muestra dos obras en las que el protagonista es el rostro,
pero en un sentido negativo. Son dos fotografías de fotografías intervenidas.
En una de ellas, el rostro de un niño ha sido embadurnado con un acrílico de
color verde. En la otra, los ojos de la cara de una mujer han sido sustituidos
por un par de broches metálicos. Esa es la bienvenida a la exposición El festín de la araña de Carmen Calvo.
DESCENSO
Ya
en la galería, bajamos por una rampa pegada a la pared interior del muro que da
a la fachada. Tres obras sobre bastidores negros, como huecos, acompañan
nuestro descenso. Alicia es la
primera: una cabeza de muñeca con una cinta rosada a manera de venda sobre los
ojos; Retrato de Alicia, la tercera:
una acumulación de pequeños objetos, como esas tablas perforadas en las que los carpinteros o los mecánicos cuelgan
sus herramientas.
ESPIRAL
Si
nos dejamos arrastrar por la dirección de las paredes, como si fuera un hilo, o
ya un argumento narrativo, trazaremos un remolino que nos conduce desde un
primer conjunto de retratos, donde los rostros han sido sustituidos por, entre
otras cosas, una nube de algodón, un mechón de tela de mosquitera o gotas de
parafina. Luego, en una pequeña sala, un conjunto de collages y de assamblages:
libros, dibujos, objetos intervenidos. Finalmente pasamos delante de dos tapices
y unas fotografías intervenidas hasta llegar al centro. Allí, la “última” obra,
la que da el título a la exposición: El festín
de la araña. Dentro de una campana de vidrio, una araña de plástico, de
esas que se usan para los decorados de Halloween, parece ascender por una nube
blanca de fibras sintéticas. Su cuerpo resalta como un agujero negro. Una mano
traslúcida de metacrilato, sobre una base forrada en pan de oro, parece querer
palpar el espesor de aquella nube por la que asciende la araña. Pero hay algo
que, quizás por azar, complementa esta obra: sobre la pared de fondo, se
despliega una sombra amenazante. Una especie de perfil de un rostro demoniaco
se proyecta entre trazos de reflejos de la campana y sombras de los objetos.
Aun
cuando la galería está inundada de silencio, una música de fondo recorre
aquella exposición. Le festin de
l’aragneé también es el nombre de una sinfonía que compuso Albert Rousell en
1913 para un ballet-pantomima. Se trata de una obra que narra las aventuras de
un grupo de insectos en un jardín.
REWIND
Ojos
y ausencia de ojos por todas partes. Una de las obsesiones de Carmen Calvo a lo
largo de muchas obras de su amplia trayectoria. Muchos pares de ojos, como las
arañas. Como los voyeurs a quienes, quizás, les gustaría ser arañas. “El
artista es más voyeur que fetichista”, asegura la artista. Ojos sin rostros.
Rostros sin ojos.
Y,
luego, la fotografía: las fotografías de fotografías. “Esta exposición trata
sobre todo de retratos”, dice Carmen Calvo. Y los retratos son, esencialmente, rostros
y ojos, esas ventanas del alma, según la metáfora arquitectónica. Pero cuando
los ojos y los rostros desaparecen, sólo queda, de aquella metáfora, los simples
vanos con sus jambas, sus dinteles. O un tapiado. En últimas, hay algo otro en
su lugar; algo que nos impide ver lo que en
verdad debería estar ahí.
A
lo largo de la exposición esa constante referencia a los rostros borrados, a
los ojos trasplantados y al vacío es una metáfora que nos anuncia, una gran
pobreza visual a pesar de los ojos en demasía, como en la mayoría de las arañas.
Los rostros, de mujeres en su mayoría, han sido sustituidos por cosas que los
esconden, los emborronan o los embadurnan o los empastan como en Por encima del error.
RISAS
En
medio de este jardín de retazos de cosas del mundo, además de resonar la
sinfonía sobre los insectos, también escuchamos las carcajadas. Unas veces
salen de los títulos de las obras Los
pasodobles debían tener dos autores y otras, de las obras mismas. Discurso de aceptación es la fotografía
del negativo de una fotografía de una niña y de un niño que sostiene, seria y firmemente
con gesto marcial, las riendas de un burrito de juguete. Y, también, esa vieira
que nos mira con sus ojos ortopédicos en Tengo
mucho sueño y cuyas valvas abiertas contagian el bostezo.
Cuando
sonreímos entrecerramos un poco los ojos y, esa operación, hace que, de una o
de otra manera enfoquemos un poco mejor.
THE
END
En
Le festin de l’aragneè, justo cuando la
araña tiene todo preparado para darse un festín, de entre las sombras del
jardín, aparece una mantis y la devora. La araña es el símbolo de ese “sacrificio
continuo”, nos dice Eduardo Cirlot. La transformación continua del ser humano y
eso significa vida y muerte. ¿De qué le habrá servido tantos pares de ojos?
Quizás si hubiera sonreído un poco más…
Dubán
Urbina
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