miércoles, 30 de octubre de 2013

Polis y cacos


Mínima Resistencia. Entre el tardomodernismo y la globalización: prácticas artísticas en las décadas de los 80 y 90
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
C/ Santa Isabel, 52
15.10.13 – 06.01.14


A raíz de la actual crisis que nos gobierna, la deslegitimación y manifiesta ineficacia de las estructuras políticas y modelos dominantes en la administración de la cultura y el arte, ¿cómo narrar, desde una clara actitud crítica, la singularidad histórica de nuestra reciente contemporaneidad artística?

Bajo el título Mínima Resistencia. Entre el tardomodernismo y la globalización: prácticas artísticas en las décadas de los 80 y 90, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía mueve pieza y nos pone en jaque, en estado de alerta. Te puede gustar, o no. Puedes estar de acuerdo, o no. Pues lo atrevido de la estrategia radica en cómo nos lo han contado desde la propia institución. La oposición, el rechazo, la resistencia, la rebeldía... Una personal tesis de autor de los comisarios Manuel Borja-Villel, director del Museo, Rosario Peiró, jefa de Colecciones, y la historiadora del arte Beatriz Herráez, que acapara la atención socio-política de las prácticas artísticas del período, como código de activación contestataria al orden establecido e independiente a los discursos globales de rentabilidad del mercado y el ocio dirigido. La parodia servida como plato paradigma de la posmodernidad.

Es precisamente la película realizada por la pareja de artistas suizos Fischli&Weis La mínima resistencia (1980-81), aquella que pone nombre y cartel a la muestra, la guinda del guiño irónico hacia tan arriesgada reflexión. La imagen transgresora o absurda de una rata y un oso panda conversando o peleando en lo alto de un puente de autopista, nos plantea, según veamos como espectadores, cierta inseguridad antes de entrar. Si uno resetea en su memoria, la pieza fue presentada en una exposición presentada cuatro años antes en el Museo Reina Sofía bajo el título “¿Son los animales personas?”. Enigma burdo a la par que elevado, nos señala la ambigüedad paródica que se deriva del proyecto expositivo: un desvío en el contexto socio-cultural que parte del trauma esencialista del hombre posmoderno.

Nos movemos dentro de un marco intelectual y creativo dominado por la seducción de los márgenes, la diferencia, la pasividad y la negatividad. Reflejo social de una actitud nihilista de agotamiento animada por las políticas neoliberales de los años 80, el capital es protagonista “como fuerza separada del control humano”, y en palabras de Luis Navarro, “se agazapa tras un encadenamiento uniforme de espectáculos que impiden retirar la mirada para comprender”. La primera sección expositiva evidencia el conflicto. La idea de producción económica como un proceso de construcción educativa autoconsciente, sistemática y fabril, que dentro de un esquema capitalista establece la diferencia a través de nociones de clase, raza y género. Un conjunto de ecosistemas subalternos que al mismo tiempo dialogan con dos grupos de resistencia enfrentados: la autogestión y la autoexplotación.

Así, el cansancio define un espíritu global que se puede extrapolar a la academización de ciertas prácticas conceptuales y minimalistas en los géneros pictóricos. Aunque esta sala resbala con el discurso anterior, lo interesante es como el cuestionamiento se produce desde dentro. Una resistencia autodisciplinaria que defiende la expresividad del gesto y la subjetividad irracional del sujeto. Paso que nos lleva al siguiente. La reapropiación de las imágenes surgidas de la reproducción de otras imágenes, que por superposición intentan devolver una dimensión teatral a la construcción de la imagen. Todo un lío.

La instalación Mínima resistencia abre un espacio inusual de crítica y debate performativo entre una rata y un oso panda. Ante el caos y la oscuridad, tropezamos con sus cuerpos en el suelo. ¿Están muertos? No, siguen respirando. Son muñecos que duermen ante el espectáculo. Una situación que provoca risa y nos sitúa en acción como espectadores-policías dispuestos a leer todas las pistas dejadas por los comisarios-cacos.

Metafóricamente o no, a partir de aquí se sucede el diálogo activo y fragmentario de una sucesión de lenguajes artísticos de resistencia, locales y periféricos que, en una línea documental, emergen como contramodelo cultural a los discursos globales de rentabilidad del mercado y el ocio dirigido. Así la apertura de ARCO y la llegada del Guernica, promovidos por la transición española democrática y ejemplo de una realidad de cultura elevada, se contrastan con el nacimiento de toda una cultura subalterna popular y activista, relacionada con la Movida: la música, la televisión y otros medios alternativos de difusión, como el fanzine. Un desvío histórico y crítico, que cuestiona los terrenos resbaladizos de exclusión global ante la aparición de nuevos feminismos, la enfermedad del SIDA, la caída del muro de Berlín, la descomposición de la URSS, los enfrentamientos entre la Europa comunitaria y la Europa del Este, y la guerra en territorio de la antigua Yugoslavia.

Dentro de estrategias paródicas resbaladizas, lo político surge en la sociedad occidental a través de la cotidianidad de los hechos, acelerado día tras día por los mass media y la aparición de internet. Diferentes estratos generan una dispersión reveladora hacia la filosofía del sujeto débil, la reivindicación de la mirada al otro y la globalización. En el fin de la historia, ¿es viable hacer carrera como gestores contemporáneos desde el distanciamiento?

Tal y como nos lo han contado sus comisarios parece que no. La actitud crítica y reflexiva se hace eco de la necesidad de nuevos procesos constituyentes a través del acercamiento histórico y la democratización radical de la sociedad. Apoyados bajo el proyecto colaborativo en red de museos L'Internationale, fomentar la construcción de nuevos debates sobre el arte contemporáneo es su misión común. Así como hacer frente a los obstáculos que, institucionalmente hablando, son obviados e invisibilizados por el discurso tradicional. ¿La ironía? Pregúntese al escritor paraguayo Eduardo Galeano: “Somos lo que hacemos, para no ser lo que somos”.

Por Noelia Centeno

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