Mínima
Resistencia. Entre el tardomodernismo y la globalización: prácticas
artísticas en las décadas de los 80 y 90
Museo
Nacional Centro de Arte Reina Sofía
C/
Santa Isabel, 52
15.10.13
– 06.01.14
A
raíz de la actual crisis que nos gobierna, la deslegitimación y
manifiesta ineficacia de las estructuras políticas y modelos
dominantes en la administración de la cultura y el arte, ¿cómo
narrar, desde una clara actitud crítica, la singularidad histórica
de nuestra reciente contemporaneidad artística?
Bajo
el título Mínima Resistencia. Entre el tardomodernismo y la
globalización: prácticas artísticas en las décadas de los 80 y
90, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía mueve pieza y
nos pone en jaque, en estado de alerta. Te puede gustar, o no. Puedes
estar de acuerdo, o no. Pues lo atrevido de la estrategia radica en
cómo nos lo han contado desde la propia institución. La oposición,
el rechazo, la resistencia, la rebeldía... Una personal tesis de
autor de los comisarios Manuel Borja-Villel, director del Museo,
Rosario Peiró, jefa de Colecciones, y la historiadora del arte
Beatriz Herráez, que acapara la atención socio-política de las
prácticas artísticas del período, como código de activación
contestataria al orden establecido e independiente a los discursos
globales de rentabilidad del mercado y el ocio dirigido. La parodia
servida como plato paradigma de la posmodernidad.
Es
precisamente la película realizada por la pareja de artistas suizos
Fischli&Weis La mínima resistencia (1980-81), aquella que
pone nombre y cartel a la muestra, la guinda del guiño irónico
hacia tan arriesgada reflexión. La imagen transgresora o absurda de
una rata y un oso panda conversando o peleando en lo alto de un
puente de autopista, nos plantea, según veamos como espectadores,
cierta inseguridad antes de entrar. Si uno resetea en su memoria, la
pieza fue presentada en una exposición presentada cuatro años antes
en el Museo Reina Sofía bajo el título “¿Son los animales
personas?”. Enigma
burdo a la par que elevado, nos señala la ambigüedad paródica que
se deriva del proyecto expositivo: un desvío en el contexto
socio-cultural que parte del trauma esencialista del hombre
posmoderno.
Nos
movemos dentro de un marco intelectual y creativo dominado por la
seducción de los márgenes, la diferencia, la pasividad y la
negatividad. Reflejo social de una actitud nihilista de agotamiento
animada por las políticas neoliberales de los años 80, el capital
es protagonista “como fuerza separada del control humano”, y en
palabras de Luis Navarro, “se agazapa tras un encadenamiento
uniforme de espectáculos que impiden retirar la mirada para
comprender”. La primera sección expositiva evidencia el conflicto.
La idea de producción económica como un proceso de construcción
educativa autoconsciente, sistemática y fabril, que dentro de un
esquema capitalista establece la diferencia a través de nociones de
clase, raza y género. Un conjunto de ecosistemas subalternos que al
mismo tiempo dialogan con dos grupos de resistencia enfrentados: la
autogestión y la autoexplotación.
Así,
el cansancio define un espíritu global que se puede extrapolar a la
academización de ciertas prácticas conceptuales y minimalistas en
los géneros pictóricos. Aunque esta sala resbala con el discurso
anterior, lo interesante es como el cuestionamiento se produce desde
dentro. Una resistencia autodisciplinaria que defiende la
expresividad del gesto y la subjetividad irracional del sujeto. Paso
que nos lleva al siguiente. La reapropiación de las imágenes
surgidas de la reproducción de otras imágenes, que por
superposición intentan devolver una dimensión teatral a la
construcción de la imagen. Todo un lío.
La
instalación Mínima resistencia abre un espacio inusual de
crítica y debate performativo entre una rata y un oso panda. Ante el
caos y la oscuridad, tropezamos con sus cuerpos en el suelo. ¿Están
muertos? No, siguen respirando. Son muñecos que duermen ante el
espectáculo. Una situación que provoca risa y nos sitúa en acción
como espectadores-policías dispuestos a leer todas las pistas
dejadas por los comisarios-cacos.
Metafóricamente
o no, a partir de aquí se sucede el diálogo activo y fragmentario
de una sucesión de lenguajes artísticos de resistencia, locales y
periféricos que, en una línea documental, emergen como
contramodelo cultural a los discursos globales de rentabilidad del
mercado y el ocio dirigido. Así la apertura de ARCO y la llegada del
Guernica, promovidos por la transición española democrática y
ejemplo de una realidad de cultura elevada, se contrastan con el
nacimiento de toda una cultura subalterna popular y activista,
relacionada con la Movida: la música, la televisión y otros medios
alternativos de difusión, como el fanzine. Un desvío histórico y
crítico, que cuestiona los terrenos resbaladizos de exclusión
global ante la aparición de nuevos feminismos, la enfermedad del
SIDA, la caída del muro de Berlín, la descomposición de la URSS,
los enfrentamientos entre la Europa comunitaria y la Europa del Este,
y la guerra en territorio de la antigua Yugoslavia.
Dentro
de estrategias paródicas resbaladizas, lo político surge en la
sociedad occidental a través de la cotidianidad de los hechos,
acelerado día tras día por los mass media y la aparición de
internet. Diferentes estratos generan una dispersión reveladora
hacia la filosofía del sujeto débil, la reivindicación de la
mirada al otro y la globalización. En el fin de la historia, ¿es
viable hacer carrera como gestores contemporáneos desde el
distanciamiento?
Tal
y como nos lo han contado sus comisarios parece que no. La actitud
crítica y reflexiva se hace eco de la necesidad de nuevos procesos
constituyentes a través del acercamiento histórico y la
democratización radical de la sociedad. Apoyados bajo el proyecto
colaborativo en red de museos L'Internationale, fomentar la
construcción de nuevos debates sobre el arte contemporáneo es su
misión común. Así como hacer frente a los obstáculos que,
institucionalmente hablando, son obviados e invisibilizados por el
discurso tradicional. ¿La ironía? Pregúntese al escritor paraguayo
Eduardo Galeano: “Somos lo que hacemos, para no ser lo que somos”.
Por
Noelia Centeno
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