El enigma de Carmen Calvo
La obra de Carmen Calvo, en toda su dilatada trayectoria, ha hundido sus
raíces en las prácticas del assemblage, del ready-made y del collage. Sin
embargo, aludir a estos términos en época actual se antoja un anacronismo. Es
obvio que la artista valenciana realiza una manipulación del kitsch, yendo en busca de objetos olvidados
para emplearlos en su obra.
En la exposición de la madrileña galería Fernández-Braso que lleva por
título La fiesta de la araña, podemos
apreciar las variantes de este manejo descrito en obras de reciente factura.
Este se manifiesta, en primera instancia, con los poemas-cuadros de fondo negro en el que inserta una serie de
llamativos objetos tridimensionales prediciendo la cubrición de rostros, que el
espectador apreciará de modo constante en toda la exposición, o la
transformación del concepto de retrato mediante la acumulación de los objetos perdidos
que hacen acopio de toda una vida. Estas caras mancilladas y pervertidas
suponen imágenes impactantes, ampliaciones de gran formato de viejas
fotografías que salpican toda la exposición a partir de este momento,
combinándose con la aparición de artefactos olvidados como pequeños libros de
música, cuadernos de anotaciones, viejos textos en braille, publicaciones olvidadas e incluso esos característicos
cuadros de escenas bucólicas de los salones españoles de los años 50. Sobre
todo esto, Calvo coloca diversas piezas, a modo de pequeñas notas que pervierten
el significado original que tuvo en tiempo pasado. Esto, junto con los títulos
de las obras, unas veces irónicos, otras violentos, completa la obra de la
artista valenciana, expresada en una amalgama de técnicas.
Sin embargo, son varias las constantes que recorren la obra de Carmen
Calvo rodeando constantemente las nociones del kitsch. En el caso de las fotografías, la artista toma recuerdos de
vidas pasadas, en concreto de la posguerra española en la que encargar un
retrato suponía todo una acontecimiento social, para negarles por completo ese
carácter, ridiculizando y violentando las poses tomadas y, por supuesto,
borrando todo rastro de una sonrisa o un gesto facial largamente preparado por
el fotografiado como voluntad de permanecer en el recuerdo. Del mismo modo, los
pequeños objetos descritos, destinados a la intimidad, son expuestos como una
reminiscencia de una vida ficticia, caso del Retrato de Alicia, o al modo de una burla o ironía en Puede ser que no te viese.
Todo ello provoca sacudidas de malestar y violencia, conjugadas con una
serie de sentimientos enternecedores de recuerdos de infancia. Pero, lo que
realmente subyace es un enigma difícil de descifrar.
El pintor metafísico Giorgio De Chirico defendió durante toda su
trayectoria precisamente este amor al
enigma. Él mismo, de algún modo, se vio obligado a adoptar una cierta
estructura clásica para tratar de transmitir el misterio nietzscheano del
Eterno Retorno, aquel que anuncia la necesidad de aceptar los ciclos vitales
como camino hacia la verdadera conciencia del Superhombre. Carmen Calvo toma
también objetos provenientes del pasado, de su infancia o de la infancia de
otros, para expresar el rechazo a los estereotipos sociales de las poses y
rostros superficiales, como demanda de un nuevo principio de naturalidad.
Del mismo modo que Nietzsche y De Chirico defenderán la inocencia del
niño como modo de vida, Inocencia es el
niño y olvido, un nuevo comienzo, un juego, estos valores no están exentos
en la obra de la valenciana: los garabatos sobre viejos libros en ¿Qué sería del mundo si fuéramos humanos? o
¡Qué bien estar solos a nuestras anchas! son
los introductores de estas nociones. Podría concebirse la obra expuesta como el
recorrido por una senda: desde la negación de las superficies más odiosas, los
cuadros kitsch de ciervos o los
retratos postfranquistas, hasta la simpleza del garabato, la liberación.
Con todo ello y como puede apreciarse, la obra expuesta de Carmen Calvo,
al igual que el resto de su producción es un ente complejo y volátil, de ardua
transmisión y comprensión en la que muchas veces el significado real queda
oculto por la variedad y el desconcierto que esta produce. La fiesta de la araña copa muchas de sus mayores líneas de
producción pero la dificultad siempre se traduce en falta de empatía para con
el espectador y con ello la posible y peligrosa tendencia a la frialdad.
Kumar Kishinchand López
El festín de la
araña se expone desde el 19 de Septiembre
hasta el 9 de Noviembre en la galería
Fernández –Braso (C/ Villanueva, 30).
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